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17/5/10

Boyerito...


Normalmente es el apodo que se les da a los chicos que realizan algunas tareas en el campo. Estos suelen ser los hijos del peón que a su temprana edad comienzan el aprendizaje de este rudo oficio. "El boyero" propiamente dicho, es el encargado de cuidar y arrear los bueyes cuando son trasladados de un lugar a otro. A estos chicos les sobra voluntad y coraje en las tareas con los animales, tanto en los corrales como en la monta o en las otras actividades del campo…

4 comentarios:

  1. Qué bonita foto, qué luz sobre el caballo tan dorada y espléndida.

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  2. Molto bella sia per l'inquadratura che per la luce .
    Ciao Rodisi,

    Cri

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  3. !!Que lujo de fotografía!! Es una preciosidad, y esa luz que incide sobre el lomo del caballo hace que la imagen sea aún más especial. Felicidades y abrazos desde la otra orilla!

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  4. El niño yuntero

    Carne de yugo, ha nacido
    más humillado que bello,
    con el cuello perseguido
    por el yugo para el cuello.

    Nace, como la herramienta,
    a los golpes destinado,
    de una tierra descontenta
    y un insatifecho arado.

    Entre estiércol puro y vivo
    de vacas, trae a la vida
    un alma color de olivo
    vieja ya y encallecida.

    Empieza a vivir, y empieza
    a morir de punta a punta
    levantando la corteza
    de su madre con la yunta.

    Empieza a sentir, y siente
    la vida como una guerra,
    y a dar fatigosamente
    en los huesos de la tierra.

    Contar sus años no sabe,
    y ya sabe que el sudor
    es una corona grave
    de sal para el labrador.

    Trabaja, y mientras trabaja
    masculinamente serio,
    se unge de lluvia y se alhaja
    de carne de cementerio.

    A fuerza de golpes, fuerte,
    y a fuerza de sol, bruñido,
    con una ambición de muerte
    despedaza un pan reñido.

    Cada nuevo día es
    más raíz, menos criatura,
    que escucha bajo sus pies
    la voz de la sepurtura.

    Y como raíz se hunde
    en la tierra lentamente
    para que la tierra inunde
    de paz y panes su frente.

    Me duele este niño hambriento
    como una grandiosa espina,
    y su vivir ceniciento
    resuelve mi alma de encina.

    Le veo arar los rastrojos,
    y devorar un mendrugo,
    u declarar con los ojos
    que por qué es carne de yugo.

    Me da su arado en el pecho,
    y su vida en la garganta,
    y sufro viendo el barbecho
    tan grande bajo su planta.

    ¿Quién salvará a este chiquillo
    menor que un grano de avena?
    ¿De dónde saldrá el martillo
    verdugo de esta cadena?

    Que salga del corazón
    de los hombres jornaleros,
    que antes de ser hombres son
    y han sido niños yunteros.

    Miguel Hernandez

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